Nacional

Que en paz descanse el Apruebo.

Por Kenneth Bunker.

Es casi cómico ver cómo los artífices del proceso, incluyendo a quienes diseñaron las reglas electorales, intentan buscarle una explicación a la derrota. Es como si recién estuvieran despertando del letargo. Es como si recién estuvieran dispuestos a explorar la estructura societal chilena y sus determinantes electorales. Es casi cómico porque (…) lo que en verdad están diciendo es que el texto era bueno, pero ya que los medios manipulan a la gente, y que la gente no puede evitar caer en la manipulación, ganó el Rechazo.

Finalmente ocurrió lo que la gran mayoría dijo que iba ocurrir: ganó el Rechazo. Por meses, se dieron las razones de por qué ocurriría, y por meses se ignoraron. Se dijo que el proceso tenía problemas de forma y que el texto tenía problemas de fondo. Se dijo que se estaba desperdiciando un momento histórico, pero que, con voluntad, se podía dar un paso atrás para dar dos adelante. Ni los constituyentes ni el gobierno escucharon. Los más estridentes de la Convención acusaron al “coro catastrofista” de vivir en un mundo paralelo y el presidente Boric no escatimó en tomar una posición agresiva a favor de un texto por lo menos controversial.

El proceso estaba condenado desde el comienzo. El pecado de origen fueron las reglas electorales que ayudaron a sectores marginales de la sociedad llegar a controlar la Convención. Normalmente, son los partidos políticos, por medio de sus estructuras jerárquicas, las que ocupan ese rol, representando a las personas y canalizando sus ideas. Pero en este caso fueron los independientes, que, por ser independientes, no representaron a nadie más que ellos mismos. Así, se tomaron el proceso e hicieron lo que quisieron. Nadie los vetó, nadie les dijo que sería una mala idea agregar todo lo que quisieran al texto.

La izquierda, políticamente correcta y tácticamente sagaz, no los frenó. Les permitió tironear la constitución a la izquierda para que cuando ellos propusieran lo suyo, se viera comparativamente moderado. Así, el texto se fue llenando de “pork”, como se dice en jerga legislativa. Se fue llenando de artículos contradictorios. Finalmente, resultaría en un documento tan incoherente que hasta los ojos menos entrenados se darían cuenta que no tenía mucho sentido. La cámara de eco no ayudó: el gobierno y los constituyentes se enamoraron del texto, y catalogaron toda crítica de ignorante e injusta. Defendieron algo que casi 8 millones de personas luego rechazaría.

El error de cálculo no es casual, es parte de un patrón. Por ejemplo, se dijo que la crisis económica jugaría un rol en la decisión de las personas, pero el gobierno no escuchó. Le dio un bono de 450 mil pesos a los artistas para movilizar a su base, siendo que era obvio que eso no resolvía nada y que el esfuerzo no solo sería insuficiente, sino que sería leído como una desconexión fundamental entre el gobierno y la clase media. Lo mismo va para la crisis de seguridad, la cual, a pesar de ser un tema prioritario para la gente, pareció siempre estar al final de la lista de prioridades del gobierno.

 

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