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Stéphanie Alenda: “Hay un gatopardismo en la derecha”

Stéphanie Alenda, directora de Investigación de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la Universidad Andrés Bello, realizó un estudio sobre la variación ideológica de la derecha desde el estallido social.

 

 

-¿Por qué dices que la derecha es gatopardista; es decir, que prefiere que todo cambie para que todo sigue igual?

-Es lo que argumentamos junto a mis colegas Miguel Angel López, Kenneth Bunker y Nicolás Miranda, en un texto reciente que se dedica al análisis de la derecha post estallido social. A través de un estudio de los programas de gobierno de los diferentes candidatos a la presidencia, comprobamos la moderación de la coalición a partir de los años 90 cuando la candidatura de Lavín logra reposicionar a la UDI como un partido con vocación de mayoría. El programa de Lavín en 2005 se sigue moviendo hacia la izquierda para tratar de contrarrestar la popularidad creciente de Michelle Bachelet y diferenciarse de Piñera.

Un segundo hito es el 2013. El programa de Matthei aparece entonces como el más audaz en rehabilitar el rol del Estado en varios ámbitos, también en un intento por reducir la distancia que la separaba de Bachelet. Esta tendencia se mantiene en los programas de Piñera de 2005 y 2009, aunque con menos fuerza que en el caso de Lavín y Matthei, hasta el 2017 cuando se revierte.

¿Por qué decimos que hay gatopardismo en la derecha? Porque esa moderación de los programas contrasta con la estabilidad del posicionamiento de las élites parlamentarias de la UDI y RN durante el periodo, tanto en el eje estado mercado como izquierda-derecha. Por ejemplo, en materias de pensiones los legisladores de ambos partidos defienden el sistema privado vigente desde 1982 y solo después de las movilizaciones sociales se abren a la posibilidad de una administración estatal. En síntesis, observamos una brecha entre los programas de los partidos y las ideas de las elites de derecha.

Y hablamos de gatopardismo porque si bien la derecha se adapta para maximizar votos, vale decir que el pragmatismo se impone sobre la doctrina, ese cambio es más superficial que estructural. A lo largo del periodo, no se reconoce por ejemplo el agotamiento del modelo de desarrollo heredado de la dictadura.

-¿Después del estallido cambió el escenario para el ordenamiento de la derecha? ¿De qué manera?

-Las protestas de 2019 abrieron una ventana de oportunidad para que cobraran fuerza, en ambos lados del espectro político, ideas que ya se encontraban disponibles desde las movilizaciones estudiantiles del 2011: en la izquierda, se instalaron ciertos anhelos refundacionales en base a la crítica a la hegemonía neoliberal, ideas que tuvieron luego influencia en las reformas del segundo gobierno de Bachelet.

Es en parte en respuesta a eso que se fortaleció en la derecha una sensibilidad socialcristiana, también crítica hacia la ortodoxia neoliberal. En eso tuvieron un rol importante los centros de pensamiento como el IES o IdeaPaís. Esta coyuntura crítica tuvo también efectos en el fortalecimiento de una derecha radical que impugnó a Chile Vamos por el abandono de sus valores fundacionales y por ceder al “chantaje de la izquierda” entregando la Constitución del 80. Diría que son dos proyectos los que se enfrentan, uno reaccionario en sus orígenes; el segundo, más pragmático y dispuesto a avanzar sin dogmatismos en los asuntos pendientes de la transición chilena.

-¿Hay entonces dos proyectos en la derecha? ¿Son opuestos o pueden congraciarse?

-El Partido Republicano es más homogéneo, tiene un proyecto más claro, doctrinario, emparentado con otras derechas radicales del mundo junto a las cuales busca constituirse en referente clave de un renacimiento conservador que ha sido estudiado por Norris e Inglehart, entre otros, como una reacción cultural ante el auge de valores progresistas como la defensa de las identidades de género, derechos de las minorías, etc. Ese auge es percibido como una amenaza para los valores tradicionales de la fe, la familia y la nación. En América latina suele además ser libertaria en lo económico.

En cambio, la derecha moderada incorpora valores liberales y progresistas en el ámbito cultural, y es más social en su concepción del rol del Estado. Alberga también posiciones más diversas, lo que la ha vuelto objeto de ataques por “traicionar” los principios y valores fundantes de la derecha. Puede haber coincidencias pragmáticas entre ambas derechas pero me parece que éstas no ponen en cuestión esas diferencias.

Respecto a si pueden congraciarse, lo que muestran los casos empíricos es que existen distintos caminos: en Europa desde los años 80 la derecha moderada ha tendido a reforzar cierto discurso sobre el orden, la seguridad y la defensa del Estado de derecho; optó como en Francia por la política del cordón sanitario o en otro casos ha realizado alianzas estratégicas con la derecha radical aunque no compartan el mismo ideario.

Esta última opción es la que ha tomado Chile Vamos tanto para la elección de convencionales como en la segunda vuelta de las presidenciales. Uno de los problemas de ese apoyo es que aleja a la centroderecha del desafío de construir un proyecto que implica diferenciarse y dar su propia batalla de las ideas desde un espacio más moderado.

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