El verdadero motor de la tensión está en la diferencia entre los partidos y movimientos que los apoyan. El PC gana dividiendo a los propios y a los ajenos. Jadue ya tiene advertido a la primera línea del gobierno, del presidente hacia abajo, y Teillier no dudará en remover a sus ministros del gobierno si la aprobación popular comienza a caer.
Seguramente la senadora de la democracia cristiana Ximena Rincón está observando la instalación del gobierno desde su palco, como tal como advirtió que lo haría hace un par de meses en el Senado, cuando ante un micrófono supuestamente apagado le dijera entre risas al senador Jorge Pizarro, que el gobierno de Gabriel Boric “sufriría”.
Rincón sabe exactamente cuáles son los costos de instalar y mantener a una coalición de gobierno. De hecho, ella misma lo vivió. Como ministra de la segunda administración de Michelle Bachelet, la senadora pasó buena parte de su tiempo enfrentando fuego amigo, al igual que el resto de los representantes de la primera línea de su partido.
Lo ocurrido en las dos primeras semanas del gobierno muestra que la historia se repite. El problema de Boric no es la oposición, es el oficialismo. En particular, todos los partidos y representantes que se consideran parte de la alianza de gobierno, pero que se ubican más de izquierda que el presidente.